martes, 30 de agosto de 2011

El picnic del 4 de julio



Las mesas del picnic rebosaban de pasteles de melocotón, tartas de cereza, frutos del bosque, mazorcas de maíz, jamón y pollo frito, y en la barbacoa no cabía una chuleta más. Banderines y globos del 4 de julio decoraban árboles y mesas por igual. Los niños atrapaban manzanas con los dientes, los hombres lanzaban herraduras, el nuevo pastor y su esposa disfrutaban del banjo y el violín que tocaban los chicos de los Straitban, y las mujeres bebían limonada y se abanicaban bajo los árboles. No había un solo lugar en el que Piper posara la mirada donde no estuviera sucediendo algo.

FORESTER, Victoria (2010): La niña que podía volar, Barcelona, Montena, pág. 33.

jueves, 25 de agosto de 2011

Estoy mejor...

-Estoy mejor, de verdad. Estoy probando un nuevo medicamento-. Fue a la cocina y señaló una olla-. Hasta hice sopa ayer. Y tengo una barra de pan muy bueno, por si tienes hambre después del paseo. Debería haberte preguntado antes… Hay un buen panadero y cocinero en Springton. Allí es donde he encargado la cena. Y hay un lugar cerca de aquí que quiero que veas. Lo descubrí un día paseando. Dios mío, mañana es e Día de Acción de Gracias, ¿verdad? Sigo perdiendo el hilo.

FOX, Paula (1999): La cometa rota, Barcelona. Noguer, p. 38.

Nunca habíamos tomado café

Mi abuela de despertó a las seis, con hambre y quisquillosa. Nadie se había acordado de la comida. ¿Cómo pensar en comer cuando el mundo acababa de estallar en llamas? Por fin, mi madre fue a la cocina y preparó unos platos de carne fría y sobras de ensalada de patata, que nos sirvió a los tres agrupados delante de la radio. Hasta nos trajo café. La abuela insistió en comer con la misma formalidad de siempre. Caroline y yo nunca habíamos tomado café y el hecho de que nuestra madre nos lo hubiera servido aquella noche fue para nosotras una señal de que nuestro mundo seguro de siempre ya era cosa del pasado.

PATERSON, Katherine (1999): Amé a Jacob, Barcelona, Noguer, p. 35.

lunes, 22 de agosto de 2011

Una cena de honor




Eran las últimas horas de luz del día y la carroza que iba a llevarles a Roma estaba casi lista. El dux había organizado una cena en honor de los viajeros y allí estaban todos los hombres ilustres de Génova. Por primera vez, a los tres discípulos los invitaban a comer en el mismo lugar que los nobles. Juan Bautista devoraba un pedazo de venado asado y bebía vino en abundancia para que el manjar le bajase al estómago. Su compañero López estaba más acostumbrado a algún que otro banquete, pero él, el hijo de un modesto herrero, no había probado delicias más allá de la “olla podrida”, a la que, por cierto, nunca había hecho ascos, y alguna liebre chamuscada en las festividades importantes. En los viernes de Cuaresma siempre se comían sardinas en la fragua de Miguel Martínez del mazo y eran estos los días favoritos de Juan bautista, que se olvidaba unos instantes del pan, los huevos y el tocino diario.

JUÁREZ, Jorge M. (2011): La misteriosa fragua de Vulcano, Madrid, Bruño, pág. 114. Paralelo Cero, 69.

domingo, 21 de agosto de 2011

Ansiedad y comida


Meghan permanece quieta durante un momento en el granero para recuperar el aliento, atrapado en pequeñas burbujas entre los Cheetos que le atiborran boca y garganta. Inspira, espira. Inspira, espira. Mastica con la boca abierta, resollando mientras come. El hormigueo se ha extendido brazos arriba y piernas abajo: es una blancura ruidosa, como un canal de televisión sin sintonizar. Muy pronto, le arrasará el estómago, le inudará el corazón y los pulmones como agua tibia, le llenará la garganta, la boca y la cabeza. Se ahogará en la nada. Meghan ralentiza sus movimientos: ya puede dejarse caer, hasta el final. Saca la última chocolatina de la mochila algo reticente. Desliza un dedo bajo la solapa de papel de plata. Quiere a la vez engullirla de un bocado y lanzarla lejos.  


GEORGE, Madeleine (2011): Apariencias, Madrid, Editex, Libros de Mochila, p. 159.

Pasión por la gelatina

Aimee mira más allá de su madre, a través de la ventaba de la mesa de desayunar, por encima del jardín en cuesta, hacia el final de la calle y las cuatro casitas exactamente iguales que se miran entre sí alrededor de la calle cerrada. En el césped, el aspersor saca su pequeña cabeza de reptil, levantándola desde algún lugar oculto y empieza a lanzar latigazos de agua al aire. Magia de barrio residencial.
-Quedan los palitos de queso. Y las zanahorias, y el yogur. Y también los pimientos, el brécol y la berza. Y la gelatina. ¿Queda gelatina, por cierto?
-¿Gelatina? –Aimee asiente-. Quedan tres en el Frigo –concluye su madre.
-¿Sin azúcar?
-Sí, pero cariño…
Aimee salta de la silla, cruza a zancadas la habitación y tironea de la puerta del Frigo, cerrada casi al vacío, hasta abrirla. Ahí están: lima, limón y cereza, brillando como semáforos en el estante del medio. Sus superficies resplandecientes se mecen, ácidas.
-Las acabo de hacer –explica su madre-. Hay que dejarlas unas horas. (pág. 28).


Meghan no deja de observar cómo Aimee Zorn retira la tapa de papel de aluminio del tarrito de gelatina y la coloca boca arriba en el suelo, junto a ella. Aimee contempla el tarrito, alza la diminuta cucharilla y, con precisión de cirujano, la introduce en la sustancia verdosa. Cuando el extremo de la cucharilla atraviesa la tensa superficie de la gelatina, el cuerpo de Aimee Zorn parece atravesado por un leve aguijonazo. Ahora, hace girar la cuchara una vez en el mismo centro de tarro y extrae una perfecta cucharadita de lima, cuyo contenido, diminuto y perfectamente tallado, ni siquiera tiembla cuando se lo acerca con todo cuidado a la boca. Aimee Zorn separa sus labios oscuros y estrechos e introduce la cuchara plateada para después sacarla lentamente. Los labios no tocan en ningún momento el metal, con los dientes arrastra el pedacito de gelatina verde. (p. 48).


GEORGE, Madeleine (2011): Apariencias, Madrid, Editex, Libros de Mochila.

jueves, 18 de agosto de 2011

Bocadillos de tortilla con Camembert

El viernes era festivo en Bellemer. Amaneció soleado y decidimos acercarnos a la playa. Buscamos una calita escondida en los acantilados para no encontrarnos con nadie. Llevábamos bocadillos de tortilla con unas láminas de queso Camembert que se habían derretido nada más entrar en contacto con el huevo caliente y que daban al resultado una textura cremosa difícil de igualar.

FERNÁNDEZ SIFRES, David (2011): El faro de la mujer ausente, Zaragoza, Edelvives, Alandar, 127, pág. 125.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Un te com cal

                                                                       Te verd
                                                     
L`aigua ja bullia. Les fulles de te esperaven al fons de la tetera. Va abocar-hi el líquid calent. Va preparar la tassa amb el plat i la cullereta. Hi va tirar un raget de llet. A la nit era millor. Va destapar la sucrera, amb la cullera petita va remenar el sucre; després la va treure plena i va barrejar els petits cristalls amb la llet. Va agafar la tetera i lentament, cerimoniosament, es va omplir la tassa amb la infusió fumejant. (pàg. 178).

AMORÓS, M. Lluïsa (2008): Me`n torno al carrer Kieran, Barcelona, Barcanova. Nova narrativa, 124, p. 178..

Maduixes


Seguint el caminal arribàvem a l`hort. Teníem prohibit collir maduixes, perquè podíem fer malbé els crestalls. De vegades el pagès que treballava a l`hort ens en donava un cistellet. Eren delicioses, aromàtiques, acabades de collir. Espolsàvem la terra i ens les menjàvem asseguts al banc de la placeta on hi havia el gronxador i el vell garrofer (pàg. 158).

AMORÓS, M. Lluïsa (2008): Me`n torno al carrer Kieran, Barcelona, Barcanova. Nova narrativa, 124, p. 158.

Maionesa

                                                               Maionesa
Els dies d`estiu eren plàcids. Quan tornàvem de comprar la mare es posava a la cuina a endreçar cada cosa al seu lloc, després preparava el dinar. De vegades l`ajudava a desgranar pèsols; o mirava con feia la maionesa, amb el morter subjectat entre les cames, en una mà el setrill i en l`altra l`estri de fusta que feia girar amb compte perquè no se li tallés la salsa. Algun cop em demanava que fos jo qui tirés l`oli. Em deia “ara”, i jo l`abocava lentament. Li sortia una maionesa espessa, ben groga i gustosa. 



AMORÓS, M. Lluïsa (2008): Me`n torno al carrer Kieran, Barcelona, Barcanova. Nova narrativa, 124, pàg. 59.

En deu minuts va estar tot organitzat

Aquell primer dia, després de desfer la bossa per deslliurar la roba roba que duia moltes hores comprimida, vam anar a la cuina a fer el sopar. A la nevera no hi havia gairebé res. En Josep va obrir el congelador, allí sí que n`hi havia per triar: plats precuinats de tot tipus, des de verdures i carns arrebossades, passant per lassanyes i canelons, fins a farcellets i rotlles indonesis.
En deu minuts va estar tot organitzat. En raimon va fer lloc a la taula on solíem menjar sempre, perquè la cuina és àmplia i permet encabir-hi un banc raconer més dues cadires. A la Marta li agradava que mengéssim en aquell racó acollidor i còmode. Al menjador només s´hi anava per alguna celebració o si tenien convidats. Jo vaig ajudar a parar taula, abans vaig amuntegar a la pica plats i gots bruts de dies mentre en Josep acabava de coure el sopar. 

AMORÓS, M. Lluïsa (2008): Me`n torno al carrer Kieran, Barcelona, Barcanova. Nova narrativa, 124, pàg. 22.
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