viernes, 26 de octubre de 2012


Era la hora del último refresco antes del anochecer, así que la terraza del viejo y centenario casino del pueblo estaba llena, no quedaba ni una mesa libre, ni una silla, ni un hueco. Los dos camareros resultaban insuficientes para cubrir la demanda y, además, uno de ellos era inexperto, eventual, contratado para el verano y la masiva asistencia de foráneos. Al pobre se le notaba mucho. Sudaba, tropezaba, rompía algún vaso de vez en cuando, se equivocaba en los pedidos, llevaba las cosas de una mesa a otra. Y la gente, en su mayoría jóvenes ociosos, no le facilitaban la vida. Más que ayudarlo, le complicaban lo que podían, lo confundían, haciéndole dudar.
[…]
Durante unos segundos no hablaron. Vanesa centró la atención en su vaso, al que solo le quedaba un sorbo de limonada. Lidia ya había apurado el suyo. Aurelia volvió a mirarlo a él.

SIERRA I FABRA, Jordi (2012): T/.Error, Madrid. Oxford, p. 1-2. (El árbol de la lectura, 46)

lunes, 22 de octubre de 2012

¡Un crumble de ciruelas!


Fuera la nieve crujió…
Mamá salió corriendo. El frío entró de golpe, al mismo tiempo que una ráfaga de nieve. Jeremy dejó caer su gran bolsa en el suelo para estrechar a mamá contra él, luego a papá y por último a la abuela, que casi se ahoga de risa cuando la levantó como si fuera una brizna de paja.
-Te has convertido en un muchacho muy guapo –dijo ella mirándolo de la cabeza a los pies-. Y el uniforme te sienta bien. ¡Me gustas más así que con esos pelos largos que te colgaban por todas partes! Antes no tenías estilo. Pero ahora…
¡Trece semanas esperando este momento!
-¿Qué tal, hermanito?
Me estrujó entre sus brazos a lo King Kong. Sin duda, había cambiado. Este Jeremy estaba duro y musculoso, tenía una constitución como nunca. Quizás hasta fuera capaz de vencer a un oso con las manos desnudas. Además, sus manos habían triplicado su volumen y casi parecían las de papá. Miró alrededor como para comprobar que nada había cambiado.
-¡Huele de miedo!
Dio una vuelta a la habitación y tocó su foto en el mueble antes de correr a abrir el horno.
-¡Un crumble de ciruelas! Mamá, eres genial.

PETIT, Xavier-Laurent (2011): Be safe. Editorial Oxford, El árbol de la lectura; 37: Madrid. Páginas 100-101.

Mermelada de mirtilos

Mel Antunes (2011): Mírtilos
- La segunDa cosa que debéis saber es que la mermelada fresca de mirtilos es lo mejor que se puede comer, no solo para desayunar, sino como acompañamiento para unas crêpes. Así que, ahora mismo, salid a donde os he dicho, ahí enfrente, coged estos cubos y traedlos llenos de mirtilos. Se os mancharán las manos de azul, pero no importa: la piel y vuestras uñas azules serán la prueba de que habéis disfrutado de una mañana de recolección de frutas en medio de la naturaleza. Como hacían los hombres primitivos de los que, en el fondo, no nos distinguimos tanto: tomaban lo que la naturaleza les daba para vivir y para disfrutar. Somos unos privilegiados.
Frau Adine puso dos cubos de plástico blanco en las manos de sus dos jóvenes amigos y los invitó a salir de la casa.
-Frau Adine –dijo Carolina.
-¿Sí?
-Ha dicho que había tres cosas que deberíamos saber. Y solo nos ha contado dos. ¿Cuál es la tercera?


ALCOLEA, Ana (2010): La sonrisa perdida de Paolo Malatesta. Editorial Oxford, El árbol de la lectura; 6: Madrid. Páginas 153-154.

ACTIVIDADES SOBRE LA LECTURA: PROPUESTAS DE LA EDITORIAL

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miércoles, 17 de octubre de 2012

La habitación del pan

Esa tarde olía a pan: pan dorado, de miga esponjosa y corteza crujiente; pan tan tierno que se deshacía en la boca dispuesto a saciar el hambre. El pan arenoso y negro, el pan de pobres, desapareció del obrador llevándose la angustia y dureza de los tiempos que corrían. Cuando, más adelante, Josep le explicó el significado de la expresión “pan de ansias”, la memoria de Ramón viajaría de golpe a esa tarde julo. El “pan de ansias” era un pan pequeño que ofrecían los novios en la ceremonia de la iglesia como símbolo de un momento irrepetible.
[…]
Dibujó la artesa, la mesa donde se amasaba, el horno, los sacos de harina, las palas de meter y sacar el pan del horno, el tirabrasas, la espátula, el recipiente de la levadura y el cepillo de barrer la harina; también los panes, colocados en las paneras, las tortas de encima del mostrador, el saco de los mendrugos, los moldes de papel de las magdalenas, los cuencos del azúcar y la sal, los saquitos de almendras y piñones, las hueveras…
[…]
Reanudaron la conversación interrumpida por la visita de la muchacha, pero esta vez el pan (el pan, ¡cómo no!) también tuvo algo que ver: Roser cortó unas rebanadas, las regó con vino y las espolvoreó con azúcar moreno; entonces, Josep (un poco suelto por el vino y el calor) les contó más cosas de la muerte.
-Una vez estuve en un funeral en Banyoles. La familia, bastante acomodada, por cierto, vivía en una masía del S. XVI; me enseñaron una estancia a la que denominaban “la habitación del pan”. Al abrir la puerta me envolvió un olor impresionante: había allí más de un centenar de hogazas de kilo, colocadas en anaqueles de mimbre; eran para repartirlas entre los asistentes al duelo, una para cada uno. “¡Hay que cumplir las tradiciones hasta en los malos tiempos!”, me dijeron.
Ramón se imaginó la habitación llena de pan y pensó que más de uno iría al entierro por la hogaza, no por decir el último adiós al difunto. Y dejó vagar la imaginación en tanto Josep, achispado por el vino y el azúcar, proseguía con su relato sobre el pan de ánimas, el pan de ángel, el pan de munición y otras muchas curiosidades que el dibujante no se molestó en memorizar.

CABEZA, Anna (2010): Un día de trigo, Madrid, Bambú, pp. 69-75.

martes, 16 de octubre de 2012

Era esgarrifós

El restaurant era tranquil, de música de fons hi havia un disc de Natacha Atlas a un volum molt baix, feia la impressió que ens murmurava a cau d`orella. Els cambrers anaven ben vestits i parlaven fluix. M`ha semblat que m`havien fet entrar al paradís per una porta secreta. Però quan he vist la carta he pensat que si al paradís tenen els mateixos preus, no hi deu haver gaire gent de casa nostra. Era esgarrifós. Hi havia plats de deu, quinze o fins i tot vint dòlars. I no eren tan sols plats sofisticats, sinó coses que la meva mare fa els dies normals. Xai rostit, albergínies amb carn, hummus. En fi, crec que en aquell restaurant, el que pagues és una cosa que no és a la carta, però que surt molt cara: la Sensació de Ser en Un Altre Lloc, acompanyada de verduretes tranquil·les i salsa serena.

ZENATTI, Valérie (2011): Una ampolla al mar de Gaza, Barcelona, Cruïlla, pàg. 133.

domingo, 14 de octubre de 2012

Cena con el emir de Córdoba

Más que compartir la mesa, la invitación del emir Mohammad era para compartir la sala de la comida. Sirvieron al emir en su estrado, junto con el gran visir, y el resto de invitados sobre almohadones alrededor de pequeñas mesas redondas con capacidad para dos o tres comensales, que se distribuyeron por la sala, colocadas de manera que ninguno de los invitados diera la espalda al emir.
Comieron las aceitunas y las almendras a las tan aficionados eran los árabes, y después cordero asado, con arroz y especias. También sirvieron un vino oscuro y fuerte, pese a los normas del profeta. Sentados los dos cristianos junto a un funcionario de la corte, Gonzalo hizo honor a todos los platos con el apetito de la juventud, mientras Dulcidio jugaba con su comida y bebía sediento vaso tras vaso de agua con zumo de limón.
Pasaron entre las mesas copas rebosantes de sorbetes hechos con nieve de la sierra batida con azúcar y menta. Aunque ya no era verano, en todas las calles de Córdoba, los vendedores pregonaban aquellos refrescos hechos con zumos azucarados de distintas frutas y la nieve que los aguadores traían de las montañas, siempre se agradecía el fresco sabor como final de una comida muy condimentada.
Gonzalo tomó su copa de plata grabada con el signo del emir y la acercó a sus labios.
Dulcidio hizo un gesto negativo a su compañero. Cogió la copa de vino aún sin probar que tenía en la mesa y su voz resonó fuerte en la sala.
-Los cristianos acostumbramos a beber a la salud de nuestros señores. Permitid, emir, que os desee que Dios os conceda largos años de salud, paz entre los Estados y buen gobierno.
-¡Lo permita Alá! –exclamaron los otros comensales.

MOLINA, Mª Isabel (2007): El vuelo de las cigüeñas, Zaragoza: Luis Vives, Alandar, 88. pp. 93-94.

viernes, 5 de octubre de 2012

Robinson contado por las alimañas

Se puso de pie y miró alrededor. Recorrió la playa de un extremo a otro dando muestras de pesadumbre: revolvié1ndose los cabellos y agitando los brazos.
- ¡Sin nada que comer! -murmuró inquieto-. Voy a morirme de hambre.
¿Morirse de hambre en nuestra isla? Me pregunté si estaba ciego, mas el que no sabe es como el que no ve. Junto a la playa crecían palmeras, árboles y arbustos cargados de frutos sabrosos: cocos, dulces caimitos, guayabas, buritis de palmera, piñas, dicuris de cocotero, açaís y rojas pitangas, castañas de sapucaia y cientos más de las muchas frutas que nuestra selva de la Mata Atlántica ofrece a quien tiene hambre. Incluso los frutos de la macaúba son comestibles o eso cuentan.
Eso cuentan pues yo de todo esto nada como, las hierbas no me gustan. Con todo, una vez que estaba descompuesto, comí guayaba para curar la diarrea y me supo bien. Pero una vez curado, seguí con mi dieta de... bien, ya sabéis lo que comemos los tigres.
Sin embargo Tinga, no siendo capaz de distinguir estos frutos o creyendo que todos eran venenosos, se conformó con beber un poco de agua de un arroyuelo que desembocaba en la playa y mascar un bocado de tabaco. Después subió a un caimito y, rodeado de frutos, se preparó a dormir, tan hambriento que sus tripas rugían. Era como si un tigre se echase a dormir en medio de una camada de ratones y ardillas diciendo que no tenía nada que comer. Absurdo, como tantas acciones de él que más tarde habrían de sorprenderme. Por el momento, como estaba cayendo la noche, entré en la selva, pues debía buscarme la cena. Tanto pensar en lo que podía comer Tinga me había causado una enorme gazuza.

ALEIXANDRE, Marilar (2011): Robinson contado por las alimañas. Editorial Oxford, El árbol de la lectura. Serie infantil; 39: Madrid. Páginas 23-25.

Ficha de la editorial Oxford: CLICA AQUÍ.
Cuaderno de desarrollo lector: CLICA AQUÍ.
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