jueves, 28 de marzo de 2013

El espíritu de los hielos


En Groenlandia

D.J. se sentía sucio. En realidad estaba sucio, y no eran alucinaciones suyas, ni el pestazo de whisky ni la barba de dos días, ni el cabello grasiento y la ropa sudada. Llevaba un montón de horas encerrado en su cabina, y ese hecho y la opacidad de su situación lo tenían desquiciado. Era grotesco. En un principio, habría jurado que se encontraba bajo los efectos del alcohol, pero las latas que le introdujeron en su cabina, y el abrelatas, eran muy reales. Se sentía fatal y, cosa inusual en él, estaba mareado como una sopa. Aparte de la comida caliente, que añoraba como todo mortal, él era adicto al café, a la limpieza y, sobre todo, al alcohol. En la estrechez de su camarote, que comenzaba a resultarle opresivo, se le aparecían, en forma de espejismos, deliciosas botellas de cerveza fresca, tazas de humeante café y platos llenos a reventar de raviolis y de pollo. Para colmo de males, se estaba quedando sin cigarrillos. Se hundió en un sopor inquieto: la lata de champiñones que acababa de comerse había terminado con sus jugos gástricos. Se adormecía sin poder pensar en nada. Deseaba salir de aquel agujero, saber qué pasaba, quién gobernaba el barco, pero era incapaz de razonar.

MAITE CARRANZA (2010): El espíritu de los hielos. Editorial Algar. Barcelona. Página 69.

En la selva amazónica

Odilia y J.B. escuchaban boquiabiertos el discurso de Wilfredo.
-Aquí se respira aire puro, comemos alimentos no contaminados y trabajamos sin intermediarios. Todo es artesanal. Fijaos. –Les señaló su bol.- Este bol de arcilla está todo hecho a mano y secado al sol. La bebida de mandioca la hacen a diario las mujeres –y señaló a las mujeres que escupían dentro de los recipientes; Otilia sintió náuseas –y se fermenta sin aditivos ni conservantes. Aquí todo es tan natural que hasta he aborrecido el tabaco. Yo también me siento integrado en mi entorno, y supongo que se me nota. Esto es como un paraíso natural; tomas lo que deseas, y lo que no necesitas lo dejas ahí, pero no lo destruyes, como hace nuestra civilización, por el placer de destruir. Por cierto, ¿queréis comer algo?
Otilia se lo agradeció. Estaba hambrienta.
-No sé qué me pasa, pero desde que soy un jíbaro como mucho más que antes y no me hace daño nada. Estoy como nuevo –abrazó efusivamente a la japonesa-. Y todo se lo debo a Suamak, la estrella que me guio en la oscuridad. Yo tenía una intuición, pero no podía soñar con un destino tan maravilloso como este. Cuando abandoné al doctor Peddeckoe en Macásy me interné en la selva, quería morir, deseaba que alguna bestia me devorase y acabara de una vez con aquella vida tan mediocre. Pero resulta que no era bueno ni para eso, y los únicos que disfrutaban conmigo eran los mosquitos. Creo que me desmayé de cansancio y, al abrir los ojos, ella estaba delante de mí.-Señaló a Suamak.- Fue un amor a primera vista.
Suamak le frotó tiernamente la nariz, sucia de fango.
-Cuando lo encontramos, hace tan solo tres días, era un cadáver, un subproducto del mundo capitalista competitivo y cruel que lo había arrinconado como inservible. Pero esta cultura ha obrado el milagro: de las cenizas de Wilfredo ha nacido Narema. Yo lo velé y lo alimenté con mis propias manos porque supe en seguida que estábamos predestinados. Somos dos almas gemelas que compartimos la misma forma de pensar y de vivir y un pasado sombrío. Un pasado lleno de libros que queremos olvidar, ¿verdad, tupín mío?
No cabía duda de que Wilfredo era otro. Su transfromación no era únicamente física: también habían cambiado sus constantes vitales. Rebosaba energía y la transmitía en cada gesto y encada palabra. A modo de aperitivo, les ofreció unas pastitas blancas colocadas sobre una hoja.
-Comed, comed. ¡Hummm, son deliciosas! La cacería me ha abierto el apetito. Mi primera cacería ha sido una experiencia increíble. He sentido cómo me hervía la sangre;  pero no por el instinto de matar, no, sino por una especie de relación primaria entre el hombre y su alimento. Yo buscaba mi propio alimento. Por primera vez, yo, Wilfredo, perdón, Natema, he luchado por mi supervivencia. He dejado de ser un parásito que chupa del trabajo de los demás y me he convertido en un individuo activo que consigue carne fresca. Es fantástico. Lo que nos estamos comiendo no lo he adquirido en una pastelería, ni he usurpado la fuerza de trabajo de nadie. Lo recogí yo mismo ayer por la mañana y lo guardé para hoy. Soy un cazador recolector y, cuando me admitan para celebrar el ritual de iniciación y pueda unirme a Suamak, fundaremos una casa independiente con otras esposas y mis pequeños jíbaros. Seré capaz de procurar alimentos para todos.
Otilia no lo había entendido bien.
-¿Tendrás más de una esposa?
-Sí, es la costumbre. Hay aproximadamente el doble de mujeres que de hombres. Ya se sabe: las guerras, las cacerías. Es inevitable.
Pero Otilia saltó indignada.
-¿Y cómo puedes estar de acuerdo? –interpeló a Suamak sin poderse reprimir y dejando clara su disconformidad con esa prerrogativa machista.
D.J. palideció y los interrumpió oportunamente alzando su galleta.
-Me preguntaba de qué está hecha la galleta, parece viva.
Otilia, de pronto, se dio cuenta de que su galleta era más blanda de lo que creía que tenía un sabor salado parecido al embutido.
Wilfredo masticando una con deleite, le contestó:
-Larvas del escarabajo de la chuta.

MAITE CARRANZA (2010): El espíritu de los hielos. Editorial Algar. Barcelona. Páginas279-282.

miércoles, 27 de marzo de 2013

Coques i més coques


Cada dissabte vaig amb bicicleta a buscar el pa al forn dels pares de la Simoneta. Cal Simó és el forn més antic del barri i s`han guanyat a pols del fama de fer les millors coques de la ciutat. En tenen de sucre, d`oli, de pinyons, de nous, d`avellanes, de llardons i també en fan de vidre, que són tan primes que es trenquen de seguida, i els caps de setmana tenen coca farcida de crema, de nata, de trufa, de cabell d`àngel i no sé de quantes menes més.
La mare de la Simoneta és una dona alegre, que somriu eternament. Cada dissabte, així que em veu, la senyora Simó em regala un croissant de xocolata, perquè sap que a casa està prohibit menjar coses amb excés de sucre i de greix. La mama diu que menjar-se un croissant és un pecat i, si és de xocolata, un pecat moral; quan en veu un, tanca els ulls perquè està segura que només de mirar-lo li creix la panxa.

POU, Gisela (2013): L`edat del lloro. Barcelona: Edebé, pàg. 18-19.

jueves, 21 de marzo de 2013

La escuela secreta de Nasreen

Una historia real, dedicada a las valientes mujeres y niñas de Afganistán


Los colores de Dulari

Esta es la historia de un sueño que nunca había soñado: ¡Convertirme en artista! Si me acompañas, te cuento cómo ocurrió. Mi familia era muy, muy pobre. Y aunque yo era pequeña, trabajaba junto a los mayores. ¿Ves la niñita del dibujo? Soy yo, camimnando con mi madre a cultivar arroz.
En casa tampoco descansaba. Ayudaba a cocinar y a cuidar de mis hermanos. Cuando no había suficiente comida para todos, los ojos de mi madre parecían fuentes de agua. Eso era la tristeza.

Gita Wolf (texto) y Dulari Devi (ilustradora): Los colores de Dulavi. Editorial Kókinos. Madrid, 2010.
Dulari Gita (2010): Los colores de Dulari

Sus dibujos, sus colores, su texto son una maravilla que conmueven a cualquiera.

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