Receptes i àpats

No es frecuente que la LIJ se centre, de manera directa, en el tema de las recetas o los distintos tipos de comida; no obstante, la comida está presente de una manera u otra en la gran mayoría de libros destinados al público infantil y juvenil, como se verá en los ejemplos de este blog.

Para introducir el tema de las recetas aludiremos a Carlos Romeu, como ya vimos en su momento[1], es acaso una excepción. Tristán, su personaje más recurrente, con seguridad, es el reflejo del autor y en él se evidencian sus gustos gastronómicos. Así, su amigo Guillermo lo describe como “al joven gourmet más prometedor del año” (Tristán en Yucatán, pág. 25). Tristán opina, y por su boca quizás lo haga Romeu que: “Más allá del Mediterráneo, solo China sabe cocinar. Las demás culturas tienen un plato o dos y el resto es puro pienso” (Tristán en Escocia, pág. 48).Y es que Tristán es un cocinero estupendo y disfruta preparando suculentas meriendas para sus amigos: “No sólo sabe comer sino que además cocina, y sabe todo lo que hay que saber al respecto, y le encanta contarlo; si no lo frenábamos, era capaz de largarnos una conferencia de hora media sobre lo nociva que es la comida basura y las bondades de la dieta mediterránea para el cuerpo y el alma” (Tristán en Egipto, pág. 9). Tristán no es un cocinero cualquiera, utiliza su ingenio para elaborar recetas exóticas, aunque sus amigos no siempre compartan sus ideas. “Su técnica didáctica era perfecta. De entrada, nos ofrecía la merienda, siempre sorprendente, aunque no siempre apetecible. A Tristán le encanta cocinar y descubrir platos insólitos, cocina muy bien y tiene una colección de recetas exóticas increíble; pero, a media tarde, los entrantes libaneses con mucho ajo crudo cortado en láminas o los currys muy picantes de cordero del Kerala, francamente, te despanzurran vivo” (Tristán en Egipto, pág. 23). Y esa misma afición es una trampa para él puesto que, en Tristán en París, reconoce que está comiendo más de la cuenta aunque se resiste a admitir su cambio de peso: “Vale, reconozco que últimamente he hecho demasiados experimentos a base de mantequilla, crema de leche, harina, azúcar y huevos, hipercalóricas a tope, que me han salido muy bien y que rebañé siempre el plato –meditó en voz alta-. Pero no me veo más gordo” (pág. 38).

El autor aprovecha los viajes de sus personajes para ilustrarnos acerca de la comida típica de cada lugar, lo cual enriquece más la lectura. Por poner un ejemplo, al hablar de la comida mexicana, dice: “Comparada con la comida española, las especialidades mexicanas no son muy variadas y giran obsesivamente alrededor del pollo, el cerdo, en la costa el cerviche, que es pescado crudo marinado, el aguacate, el maíz y los fríjoles: todo aderezado con chile, que es como allí llaman a la guindilla (Tristán en Yucatán, pág., 60). A continuación, en este mismo libro, Tristán se explaya hablando de los distintos tipos de chile. No olvida mencionar platos típicos de la gastronomía mexicana como el “mole poblano”, del que da también la receta y el origen o la “cochinita Pibil”. No olvida nunca repasar el menú de sus personajes, que no siempre tiene que ver con los platos típicos (por ejemplo, el brécol es un alimento recurrente que Guillermo detesta). En Tristán en Yucatán sigue empleando platos mexicanos que espolean nuestra imaginación: “Comimos “pejalagarto” a la parrilla, un animal medio lagarto y medio pez mucho más digno de un museo de paleontología que de un restaurante; “chipilín”, una ensalada de una hierba bastante agradable y aromática; bebimos “chorote”, un cóctel de cacao y maíz muy dulzón; y, de postre, “oreja de mico”, una especie de macedonia con papayitas y otras frutas que tampoco conocía” (pág. 181).
No siempre los menús son apetecibles, pero Romeu es consciente que “somos lo que comemos” e insiste en hacer de la gastronomía y la alimentación y un tema importante en su obra: “... me plantó delante un plato con dos huevos vagamente fritos, una salchicha subdesarrollada, medio tomate socarrado, un zumo de naranja totalmente artificial, cuatro tostadas y una cafetera llena de un líquido insípido que olía vagamente a café” (Tristán en Escocia, pág. 22). En Escocia, hartos de comer siempre lo mismo, “haggis” (pág. 38) con algún acompañamiento, añoran la comida de siempre, la de su casa: “Echo de menos la comida de casa” (pág. 10).
Llamadme Federico es otro título relacionado muy de cerca con la cocina, ya que Damián-Federico ha de ocuparse de la cocina del pesquero y no lo hace nada mal por cierto: “A mí la cocina se me da bien. En casa, todos los hermanos cocinamos un día a la semana por riguroso turno, y las críticas son tan contundente que, en bien de la propia integridad física, todos guisamos como chefs...” (pág. 12). La comida que en el Fermina Guanter II, que es el nombre del barco, es sencilla, pero sana: “Cogí la mitad (se refiere a frascos de garbanzos cocidos), una lata de tomate, una morcilla envasada al vacío, un par de cebollas y un pedazo de tocino que colgaba de un cordel” (pág. 44). En la vida, opinan los tripulantes, las prisas no conducen a nada y todo hay que hacerlo con calma, igual que un buen sofrito: “... tú sabes que, para que un sofrito sea una delicia para el paladar, hay que hacerlo muy lentamente y a fuego muy suave...” (pág. 45). Tres recetas son las estrellas de Llamadme Federico, una la “sípia amb pèssols” (pág. 103), otra el “suquet de peix” (pág. 34, 164) y otra la langosta a la brasa (pág. 138). Las tres son algo más que recetas puesto que le permiten a Federico salir de su ensimismamiento y reencontrarse para sentirse a gusto consigo mismo y dejar de ser “el chico invisible”. Eso sí, Romeu defiende los platos caseros frente a la cocina rápida y basura y la dieta Mediterránea es la que tiene todos sus afectos; aunque es consciente de que no todo el mundo aprecia los esfuerzos: “Comer en un colegio es alimentarse. En primer lugar, es imposible cocinar algo exquisito para más de veinte comensales y absolutamente imposible para más de trescientos. En segundo lugar, la clientela infantil y juvenil en su inmensa mayoría es adicta a la pasta y a la pizza; y si en lugar del rancho equilibrado que se les ofrece y que devoran sin el menor placer, se les proporcionara alta gastronomía, se produciría una rebelión. En tercer lugar y pese al desvelo de los celadores, el comedor parece el de una penitenciaria en pleno motil, y así es imposible concentrarse en lo que uno ingiere” (pág. 181).
Carlos Romeu presta mucha atención a la gastronomía y no nos parece descabellado puesto que es una manera de introducir a los jóvenes en el mundo de la cocina ya que, al fin y al cabo, comer es una actividad que hacemos todos los días y cuanto mejor la hagamos, mejor nos sentiremos. No obstante, Romeu va más lejos y no se ocupa de la nutrición, sino del arte del buen comer, de los placeres de la mesa.
Todos estos ejemplos y muchos más se podrán "degustar" en este blog.

[1] . “Romeu, el coleccionista de conocimientos “útiles”, CLIJ, año 19, número 193, mayo 2006, pp. 15-31. Acudimos a lo que ya dijimos en su día para tratar este aspecto. El lector sabrá disculpar las repeticiones.

Anabel Sáiz, CLIJ, “Somos lo que comemos. La alimentación en la literatura infantil”, número 233, enero-febrero 2010, pp. 14-25.
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