Trató de calmarse. Aún tenía tiempo. Se vistió y bajó a desayunar. Pensó que el simple movimiento de las mandíbulas podría contribuir a hacer desaparecer la gota. Comió tostadas con mantequilla, jamón de York y queso; pero, como no conseguía su propósito, siguió comiendo: salchichas fritas, huevos revueltos, beicon… todo acompañado con mucho pan. Se marchó de la cafetería desesperado, con el estómago lleno y con la impertinente gota jugueteando incansable dentro de su pabellón auditivo.
GÓMEZ CERDÁ, Alfredo (2011): ¿Y para qué sirve un libro?, Madrid, SM, Gran Angular, p. 65.
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