viernes, 27 de abril de 2012

El beso del Sahara

Entré en el cuarto en penumbra. Oí una voz que me invitaba a pasar.
Saludé con todo el respeto, porque la voz era la de un anciano. Me quité los zapatos y los dejé en la estera.
Poco a poco mi vista se fue acostumbrando a la oscuridad. El anciano estaba recostado sobre el brazo izquierdo en un rincón.
Entonces me senté enfrente de él, aceptando su invitación.
Agotadas las fórmulas de saludo, yo me quedé en silencio, esperando. El anciano miró hacia la puerta y unos segundos más tarde entró el joven negro con un brasero encendido en una mano y la bandeja del té en la otra.
-Eres Rachid Azargi -afirmó, cuando el joven salió de la habitación.
-Sí.
-Yo soy Hammad uld Salah uld Fadel.
Fadel... aquel nombre resonaba en mi mente, con ecos de la vieja historia de mi pueblo. Pero no sabía dónde colocarlo exactamente
El anciano sonrió en la penumbra y comenzó a preparar el té. Mientras lo hacía me dijo que un mes antes habíamos estado a punto de quedarnos sin té en los campamentos. Los europeos que nos ayudaban no entendían, calculadora en mano, para qué queríamos tanto té y tanto azúcar.
-Consumíamos más té que los ingleses y más azúcar que ningún otro pueblo europeo.
Se reía con suavidad, con una mezcla de desprecio y comprensión.
-Nuestra gente les dijo que habría una revolución si nos quitaban el té o el azúcar. La dulce guerra santa. 

MOURE, Gonzalo (2011): El beso del Sahara. Editorial SM, Los libros de Gonzalo, 2: Madrid. Páginas 74-75.
Lidia N. (2007): Jaima

Actividades: Editorial SM

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