“La señorita Collignon decidió que esa misma tarde iría a la panadería de su padre. Así, al salir de la escuela, torció por la calle de Xuclá y entró en el horno Guinjoan. Aprovechó para comprar una barra de pan y unos pastelitos, y solicitó ver al dueño. Pocos minutos después, mientras ella comía más por capricho que por hambre un pastelito, un hombre salpicado de harina salió del obrador y la señorita Collignton le explicó de qué se trataba”.
PRATS, Lluís (2012): La pequeña coral de la señorita Collignton, Barcelona: Casals-Bambú, p. 57
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