domingo, 8 de mayo de 2011

Una imagen que no se corresponde con la realidad





“Bajó a la cafetería de la clínica, donde había ensaimadas campando a sus anchas en el expositor de la barra. Una ensaimada, dos, tres, cuatro. Desaparecían en su boca como misivas introduciéndose en un buzón, en tanto el camarero la miraba pasmado. Ingirió la quinta. ¡Cinco! ¿Eran pocas? “Una más, la última, para redondear la media docena”, se dijo. Aún había un pequeño rincón en el estómago. Siempre había un hueco extra.
Lorena arrojó al mostrador un billete arrugado e hizo mutis, pues tenía tareas pendientes. Debía vaciarse, volver al punto de partida, recobrar la normalidad, aunque luego viniera la sensación de vacuidad, de sinsentido, el desánimo moroso y aletargante, después el temblor y el mareo y la náusea, y siendo testigo de todo ello es espejo, con su acusadora faz, el espejo resaltador de imperfecciones, evidenciador de grotescas caricaturas: ¿a cuento de qué ese afán por buscarse en el espejo, cuando la imagen que el espejo le ofrecía jamás se correspondía con la realidad?”.

CLAUDÍN, Fernando (2001): La serpiente de cristal, Madrid, Anaya, (Espacio Abierto, 92), p. 62-63


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