miércoles, 6 de febrero de 2013

Almogávar sin querer

Iban a ser tres jornadas de camino. Cuatro, quizá. Y en la alforja que me envió el abuelo solo encontré media hogaza de pan, media vuelta de chorizo y dos manzanas. Suficiente para llegar hasta Agüero pero no para bajar hasta la ribera. Ni, mucho menos, para volver.
Pero, ¿quién podía pensar en volver?
Aunque jamás había visto el castillo del barón, sabía que bastaba con seguir el curso del río Gállego para dar con él. Sin embargo, no era ese el mejor camino, por ser el más expuesto. Así que, prudentemente, fui dando largos rodeos, que se me hacían interminables. Aquel primer día solo me introduje en el cauce en un par de ocasiones y, aun eso, por no ver otra posibilidad de avanzar.
Al caer la noche, seguí caminando, a la luz de la luna creciente.
Tras dormir las últimas horas de la madrugada y las primeras del día, proseguí camino. Esa segunda jornada, llegado el momento del almuerzo, ya había ocnsumido todas las provisiones.

Fernando Lalana y Luis A. Puente (2010): Almogávar sin querer. Editorial Bambú: Madrid. Páginas49-50.

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