miércoles, 1 de mayo de 2013

"La cocina es un arte menor que tiene mucho que ver con los pequeños detalles"

“Para mí, los experimentos que proponía el abuelo en la cocina formaban parte de un juego. Y, poco a poco, me fui haciendo una experta entre sartenes y cacerolas. Aprendí que hay que actuar sin miedo y que lo difícil es darle el punto exacto. También aprendí que si la materia prima es buena y fresca, los riesgos que se corren son pocos. Me gustaba mucho hacer bizcochos y magdalenas. Harina, huevos, aceite, leche y azúcar, todo mezclado con uvas pasas y una pizca de levadura. Y una raspadura de piel de limón. A veces el abuelo, para poner un toque de distinción al bizcocho, lo cubría con semillas de ajonjolí. O ponía una almendra a modo de remate en las magdalenas.
-La cocina es un arte menor que tiene mucho que ver con los pequeños detalles –solía decirme.
Utilizábamos con frecuencia la plancha de hierro. Primero la calentábamos por debajo con fuego de gas. Sobre la plancha echábamos unas gotas de aceite, y sobre el aceite poníamos las verduras, la carne o el pescado. Qué buena estaba la verdura con su punto de sal. A veces el abuelo me mandaba preparar una salsa de almendras o de alioli en el mortero. La plancha estaba al lado de la barbacoa de carbón que también usábamos, sobre todo con los alimentos grasos.
-La cocina, Escarola, es un arte menor que consiste en combinar alimentos complementarios.
-Un arte menor, pero muy importante –le decía yo.
-Por supuesto. Un arte imprescindible. Pero tan importante como la comida es la compañía. Te voy a hacer una confesión: desde que tú estas conmigo, he notado que la comida me sabe mejor, mucho mejor. La comida de los solitarios es un poco fría, aunque haya muchos manjares en la mesa. Por eso algunos días, en invierno, bajo a comer a la taberna del pueblo. Por la compañía”.

SANZ, Ignacio (2011): Ladrón de caballos, Madrid: Macmillan Iberia, p. 72-73.

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