viernes, 11 de mayo de 2012

El día que nació el trigo

Laimonas Šmergelis
El sol posa sus rayos
en los campos de trigo.
La niña cubre de oro
los pliegues del vestido.
¡Qué hermosa está la niña
con sus rayos dormidos!
¡Que nadie los despierte!
Algunos se han movido.
¡Qué hermosa está la niña
con el rostro tranquilo!
¡Qué bien le sienta el oro!
¡Y qué precioso el trigo!
ANTONIO GARCÍA TEIJEIRO (2011): Cuentos y poemas para un mes cualquiera. Editorial Oxford, Col. El árbol de la lectura: Barcelona. Página 65.

El día que nació el trigo

Trigridia era una niña muy hermosa, una niña tan y tan hermosa, que cuando ella salía de casa el mismo sol se ocultaba detrás de las nubes para no tener que competir con sus dorados cabellos.
Una mañana se alejó del pueblo para dar un paseo, y se apartó tanto que llegó a un enorme campo de tierra yerma lleno de plantas salvajes, situado en un altiplano entre las montañas. Debido al esfuerzo, se sentó allí a descansar. Reclinó la cabeza junto a unas matas y, tras cerrar los ojos, se quedó dormida. Profundamente dormida.
Pues aquella planta era una adormidera.
La tierra, enamorada, al darse cuenta de la circunstancia, se apoderó de Trigridia. Primero la cubrió con briznas y hojas, después hizo que el viento arremolinara la maleza para ocultarla, finalmente se la tragó enterrándola bajo una fina capa de piedras y polvo.
Durante días, los padres de Trigridia y todo el pueblo la buscaron sin éxito. Durante noches, la tierra envolvió más y más el cuerpo de la niña. Así pasó el tiempo, llegaron las lluvias, y con ellas la primavera.
La tierra, enamorada, feliz, quiso que todos supieran lo dichosa que se sentía.
Entonces floreció en el campo la primera espiga dorada.
Una espiga con el color del cabello de Trigridia, su esbeltez, su hermosura, el brillo de sus ojos, la magia de su forma apuntando al cielo y la fuerza de su sonrisa, pues las espigas formaban medias lunas con los lados disparados hacia lo alto.
No fue la única espiga. En los días siguientes nacieron más y más, cientos, miles, como un canto de la tierra por el amor que sentía, hasta que todo el campo fue como un océano dorado que se movía al compás del viento formando olas armónicas.
Una mañana, una oruga se paseó por el rostro de Trigridia y ella, debido al cosquilleo, estornudó y abrió los ojos. Fue su despertar. Apartó la tierra que la cubría y se levantó sin apenas recordar nada. Después echó a correr y regresó al pueblo, donde ya todos la daban por desaparecida. Cuando contó lo sucedido, todos fueron al campo muy enfadados, pero allí se encontraron con aquel océano de oro.
Ni siquiera sabían qué era.
- Perdón -les dijo entonces la tierra-. Solo quería tener un poco de sol en mi interior.
Trigridia la acarició. Se cortó un mechón de cabello y lo enterró allí mismo, donde había estado dormida. Le prometió regresar al comienzo de cada estación, para hablarle y jugar con ella.
Los hombres llamaron trigridias a aquellas espigas, más tarde trigrias, y finalmente trigo.
Aunque eso sucedió hace cientos de años.

JORDI SIERRA I FABRA (2011): Cuentos y poemas para un mes cualquiera. Editorial Oxford, Col. El árbol de la lectura: Barcelona. Páginas 66-68.

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