Grimal dejó
escapar un largo suspiro.
-Últimamente,
mucha gente tiene problemas en Francia-musitó.
-Cuando veníamos
hacia París vimos cómo el ejército aplastaba una revuelta campesina –dijo Mariana-.
Y esta mañana hemos estado en el barrio antiguo y le juro, padre, que nunca
antes había contemplado tanta miseria.
El sacerdote
cogió un trozo de pan y lo sostuvo entre los dedos.
-¿Sabes cuánto
vale una libra de pan? –preguntó-: quince
sueldos. Un obrero gana treinta sueldos diarios, de modo que no puedo
comprar pan, al menos todos los días. Y eso en cuanto a los que tienen trabajo,
porque la mayor parte de la gente está desempleada. El pueblo pasa hambre,
Mariana; los campesinos abandonan sus pueblos y llegan en riadas a París en
busca de sustento, pero todo lo que encuentran es miseria y enfermedad. En el
barrio de Saint-Antoine, sin ir más lejos, hay decenas de miles de
menesterosos, y créeme, hija, por desgracia no exagero.
-¿Pero los Estados
Generales no se habían convocado para solucionar eso? –preguntó Mariana.
El sacerdote
sonrió con amargura.
-Los Estados se
clausuraron hace casi una semana y nada se ha solucionado.
César Mallorquí (2007):
La caligrafía secreta. Editorial SM: Madrid.
Páginas 106-107.
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