jueves, 17 de enero de 2013

¡Qué guisados!

¡Y qué guisados hacía la cocinera! ¡Qué delicia de platillos gratinados desfilaban por los corredores del castillo, desde la cocina al suntuoso comedor! ¡Qué estofados! ¡Qué pasteles! ¡Y qué trufas! ¡Sobre todo las trufas!, que eran buscadas por los mejores cerdos del condado, a los que llevaba personalmente a hozar el mismísimo conde aceituna.

GARCÍA ESPERÓN, María (2013): La emperatriz del Reino Amarillo, Bogotá: Libros & Libros, p. 13.

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