-Póngame media docena de pasteles de calabaza –la interrumpí.
De todas formas, tenía que comprar unos dulces para la merienda de mañana. La madre de Amado se puso a despacharme y se olvidó de regañar a su hijo. Amado me sonrió. me guiñó un ojo y entró en la trastienda, para hacer los deberes. Aún compré un paquete de rollitos de aguardiente y una doce a de mantecados de almendra. La madre de Amado estaba muy contenta con un cliente tan goloso como yo, de manera que no me costó nada convencerla para que dejara venir a su hijo al día siguiente, a estudiar matemáticas a la alquería.
CASTELLANO, Pep (2013): Conrado, un científico enamorado. Alzira: Algar, Calcetín, 82, p. 100-101.
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