lunes, 9 de mayo de 2011

La visita al endocrino

el-granate-de-amarilis
“Por lo demás, no había cesado de sufrir puñaladas y pellizcos: palabras aviesas, muecas sardónicas, ironías directas e indirectas de pésimo gusto. La horripilante jornada había comenzado con la tortura de la visita periódica al endocrinólogo, quien, tras haberla pesado, había torcido los morros.
Siempre que se presentaba ante él para el control mensual, las piernas le temblaban como fuentes de leche frita recién hecha, llevadas por las manos agitadas de parkinsonianos nonagenarios, la boca se le secaba, y sentía, para colmo de contratiempos, unas ganas irreprimibles de ir al cuarto de baño.
-Huy, huy, huy, que me hace trampa, y no voy a tener más remedio que enfadarme con usted. Y muy seriamente además.
Había enrojecido, mirando vidriosa y desesperadamente hacia el armario archivador donde se guardaba su expediente, junto a las fichas de centenares de gordos y gordas, personas acaso tan desdichadas como ella.
El médico parecía más jovial aquella mañana detestable. Ay, qué guapo y qué esbelto era…
-vamos, vamos, no se ponga colorada, y confíeme sus pecadillos, sin omitir ni una falta, por muy venial que a usted le parezca. Tiene que confesarme todas sus culpas y enumerarme las veces que ha infringido la ley, para que yo le imponga el castigo conveniente. Soy muy duro, pero escrupulosamente justo, a la hora de la penitencia.
Al fin logró sonsacarle todos los delitos cometidos en horas de euforia o de desánimo. Así, se acusó de haber quebrantado en varias ocasiones el duro código hipocalórico que le estaba amargando la vida.
-Empiece por la delincuencia que le parezca más imperdonable- Adelante.
-Una tableta de chocolate y dos merengues.
-¿Qué? ¿Sólo eso? Recapacite, reflexione, haga examen de conciencia y dígame qué más hay.
-Un plato de…
-Especifíqueme cómo de hondo. Hay platos y platos.
-Hondo.
-Insisto: detálleme cómo de hondo.
-Bastante.
-¿Cómo un lavamanos o parecido a, y disculpe la comparación, un orinal?
-Igual que una palangana.
-Bien, Así que una palangana, es decir, un cacharro grande; pero, ¿cómo de lleno? ¿Mediado? ¿Rebosando hasta el borde?
-Sí, sí –su voz se quebró-, muy lleno.
-¿De qué?
-De fabada.
Como castigo le prescribió añadir un kilómetro a la caminata diaria y añadir quince ejercicios abdominales a los veinticinco habituales. Pero no sintió pesadumbre: aquel plato se merecía tal correctivo e incluso cien correazos y un cilicio. Se lo había zampado en un bendito figón, cuya cocinera tenía unas manos y una cabeza más valiosas que un cofre de viejo oro español. Sus guisos la hacían llorar de dicha. Era emocionante sentir en la boca aquellas maravillas. Otros se extasiaban de igual manera ante un cuadro o escuchando a Chopin o viendo un ocaso de verano sobre el mar. No desdeñaba ese tipo de conmociones anímicas y sentimentales; pero no le conmovía menos el arte culinario de aquella sabia mujer.
Disfrutar extasiada con los encantos de una merluza en salsa, horneada, frita o a la plancha, suponía un rasgo de cultura no inferior al de quien juntaba las manos con arrobo frente a unas vidrieras góticas encendidas por el sol de la tarde o delante del resultado sofisticado de la cirugía o de la ingeniería genética. Enarcó las cejas y pensó con jactancia en los vegetarianos y herbívoros humanos. Estaba convencida de que los fanáticos de esa clase eran una especie de degenerados y pervertidos que, por oscuras razones, deseaban con envidia la redecilla, el libro, el cuajar y la panza de los rumiantes. Eran iguales a cabras que se empeñasen en comer lobos”.
-GÓMEZ OJEA, Carmen (1998): El granate de Amarilis, Barcelona Edebé, (Nómadas, 2) pp. 7-9.
cats1

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...

ENGRANDEIX EL TEXT