“Supuse que después de aquello me había ganado el derecho a una buena cena, y tuve buen cuidado de no hacer ningún otro comentario sobre los libros, aunque había algunos que me intrigaban. Trataban de prestidigitación y juegos de manos, y recuerdo que tuve por un momento la idea de que acaso mi tío era una especie de mago. Nos sentamos a la mesa, Miguel sirvió pizza y embutidos, y luego lavamos los platos a medias. Era obvio que ni siquiera tenía una asistenta”.
ALONSO, Manuel L. (1991): El impostor, Madrid, Anaya, (Espacio Abierto, 3), p. 17.
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